Nací en Ávila en 1987 y diecisiete años después salí de las murallas de la ciudad y allí dejé a Santa Teresa, sacudiéndose el polvo de las sandalias mientras mis Vans cogían el polvo de otros lugares. Mi primera parada fue Salamanca, donde viví seis años y estudié Historia del Arte. La ciudad charra fue el sitio perfecto para conocer el barroco –que me encantaba– y también para completar mis estudios con la carrera de Comunicación Audiovisual. Claro que, después de esto, salté unos cuántos siglos porque fue entonces cuando empecé a preferir las artes audiovisuales a las columnas salomónicas.

En 2012 me fui a Rumanía, donde estuve cuatro meses trabajando para una ONG, en la organización de un festival que promocionaba el servicio de voluntariado de la Comunidad Europea. Después de esto me fui a Inglaterra, a una mansión in middle of nowhere pero que era del siglo XVIII y que pertenecía a National Trust. Allí me encargué del departamento de eventos y marketing. A mi vuelta a España me hice el Camino de Santiago y al llegar allí, la ciudad me gustó tanto, tanto, que me quedé trabajando en la Galería Metro.

Un tiempo después volví a Ávila, me metí dentro de las murallas y estuve seis meses trabajando en el Espacio Joven, más concretamente en lo relativo a la gestión de proyectos europeos. Un buen día pasé al lado de Santa Teresa y vi que aún con todo lo andado ella tenía más polvo en las sandalias que yo en las Vans y dije “¿ah sí?, pues me voy a Bolivia, que a mística me ganas, pero no a kilómetros”.

En Bolivia la cosa se me alargó tres años, trabajando como responsable de comunicación del Centro Cultural de España. Ahora he vuelto y estoy en Madrid, trabajando en Acerca Comunicación, con proyectos que abarcan desde los videojuegos hasta la música pasando, por supuesto, por el arte. Tengo todavía pendiente ir a ver a Santa Teresa para saber cuáles están más gastadas ahora, si sus sandalias o mis Vans. Creo que a estas alturas, la gano.